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Los sonidos de la marea baja

  • Foto del escritor: Sebastián Del Mar
    Sebastián Del Mar
  • 30 may
  • 2 Min. de lectura

Esta columna de hoy no quiere enseñar nada. Ni siquiera pretende denunciar o iluminar algo en particular.


Ilustración de Sebastián del Mar
Ilustración de Sebastián del Mar

Dicen que el mar también sabe callar. Y no lo dicen los poetas ni los biólogos marinos, sino los pescadores viejos, esos que se sientan en cubetas volteadas a esperar que la luna haga su parte.


Estos días —en que los turistas ya bajaron la intensidad, los vendedores de la playa tienen más sombra que clientes, y la brisa parece ir más lento—, he notado algo que me cuesta describir.


No es silencio. Es una especie de “mudez del entorno”. Como si la ciudad costera en la que vivimos tomara una bocanada profunda de aire antes del verano.


En La Paz, la temporada baja tiene un ritmo propio. Las olas son más discretas, las calles más vacías, los perros callejeros más relajados. Hasta las noticias parecen venir con más espacio entre línea y línea. Uno tiene tiempo de mirar mejor.


Hace dos días fui a El Tecolote. No por reportaje ni por pose de influencer, sino para recordar cómo era ese lugar antes de que lo llenaran de música ajena y carpas de plástico. Me encontré con un pescador que no veía desde hacía años. Me dijo algo que me quedó rondando:—“La marea baja enseña lo que siempre estuvo ahí… pero que no queríamos ver”.


Y sí, eso pasa también con las ciudades.


En estos días sin mucho ruido he visto cosas que otros meses pasan desapercibidas: la basura que el mar devuelve como escupitajo, los pelícanos que comparten piedra con las botellas, los rostros cansados de los trabajadores del turismo que apenas llegan a la quincena.


También he visto cosas hermosas: un niño jugando con una cuerda como si fuera tesoro, una señora enseñando a su nieta a hacer tortillas al carbón en el patio, unos jóvenes ensayando teatro en una banqueta.


La Baja tiene una forma de mostrarse sin maquillaje cuando la atención del mundo está puesta en otra parte. Y tal vez ese sea su momento más auténtico. Cuando el aire caliente todavía no aplasta, cuando el calendario no dicta festivales, cuando los políticos no están en campaña, cuando no hay drones ni promesas ni hashtags.


Esta columna de hoy no quiere enseñar nada. Ni siquiera pretende denunciar o iluminar algo en particular. Solo es una postal, escrita con tinta salada, de lo que ocurre cuando baja la marea… tanto en el mar como en el ánimo colectivo.


Quizá eso también sea una forma de resistencia: seguir mirando, seguir escuchando lo que el silencio de Baja Sur tiene para contar.


Sebastián del Mar

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