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"El lenguaje de las piedras"

  • Foto del escritor: Sebastián Del Mar
    Sebastián Del Mar
  • 17 jun
  • 2 Min. de lectura

Yo no recogí ninguna. Sólo las miré y dejé que me miraran.

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Cuando baja la marea en Baja California Sur, no sólo el mar retrocede: también se revela una historia que normalmente pasa desapercibida.


Caminé esta mañana por una playa cercana a El Tecolote. La arena húmeda brillaba como un espejo roto y, sobre ella, las piedras —mudas, persistentes— contaban una historia antigua. Cada una parecía decir: “yo estuve aquí cuando nadie miraba”.


Hay un tipo de silencio que sólo ocurre cuando el viento apenas roza la superficie del agua. Un silencio tan amplio que uno puede escuchar su propia respiración más clara, más honda. En ese silencio, las piedras hablan.


Una madre explicaba a su hija que las piedras "no sienten". La niña las acariciaba como si fueran mascotas dormidas. Le preguntó: “¿Y entonces por qué están tristes?”. Nadie respondió. Pero la pregunta quedó flotando como una gaviota detenida en el aire.


Las piedras son testigos de todo lo que ocurre frente al mar: promesas de amor, incendios en las noticias, turistas que regresan al mismo lugar cada año sin saber por qué, pescadores que saludan al sol como si fuera un viejo amigo.


En Baja, cada piedra es una sílaba del relato que aún no entendemos. Un relato que no necesita velocidad ni ruido, sino presencia. Están ahí, no para que las recojamos, sino para que las escuchemos.


Yo no recogí ninguna. Sólo las miré y dejé que me miraran.


A veces, cuando todo parece demasiado rápido, basta con escuchar el lenguaje de las piedras para recordar que hay otra forma de vivir. Una más lenta. Más cierta.



Sebastián del Mar

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