La paciencia de las olas
- Sebastián Del Mar
- 15 ago
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Cuando se vive frente al mar, uno aprende a escuchar su lenguaje lento. No el rumor constante que acompaña las mañanas de café o las tardes de descanso, sino ese otro idioma más hondo, el que habla en pausas largas, en silencios que parecen vacíos pero que en realidad están llenos de significado.
Hoy, al amanecer, la marea estaba baja y el horizonte parecía más lejos que de costumbre. El agua, retirada unos metros, dejaba al descubierto piedras, conchas y huellas de cangrejos que durante el día desaparecen bajo la espuma. Era como si el mar nos permitiera asomarnos a su cuaderno de notas, a esas páginas que escribe en la arena y que luego borra con la misma calma con la que las creó.
En estos días en que todo parece correr —las noticias, las carreteras, incluso las conversaciones—, el mar recuerda que no todo tiene que resolverse de inmediato. Que hay procesos invisibles que requieren tiempo: la corriente que pule un guijarro, el coral que crece milímetro a milímetro, la nube que se forma lentamente sobre el Pacífico antes de convertirse en lluvia.
La paciencia de las olas no es resignación. Es certeza. Es saber que llegarán, una y otra vez, a la orilla, aunque tarden, aunque el viento cambie, aunque el mundo parezca acelerarse. Y quizá ese sea el mayor regalo que nos ofrece: enseñarnos a vivir sin la prisa de llegar, sino con la calma de avanzar.
Al final de la mañana, la marea empezó a subir. Las piedras y las huellas fueron cubriéndose poco a poco. El cuaderno volvió a cerrarse. Pero no importó: sé que mañana habrá nuevas páginas, nuevos signos en la arena, y que el mar seguirá escribiendo su historia, sin apuros y sin final.
— Sebastián del Mar