El viento que avisa
- Sebastián Del Mar
- 16 may
- 2 Min. de lectura
Esta semana volvió a soplar el viento del sur con una fuerza que no se sentía desde hace meses.

Esta semana volvió a soplar el viento del sur con una fuerza que no se sentía desde hace meses.
No fue un viento cualquiera: traía consigo la sal del Golfo, el rumor de un mar que empieza a inquietarse y la noticia silenciosa de que la temporada de huracanes ha comenzado.
En Baja California Sur, el cielo no necesita hablar. Lo hacen las nubes, los pelícanos que cambian de ruta, el calor que se espesa, el mar que pierde el azul transparente y se vuelve más hondo, más denso, más premonitorio.
La temporada de huracanes llega cada año como si fuera la primera vez, y sin embargo, no todos escuchan. Algunos le temen con razón, otros la ignoran con imprudencia. Yo la recibo con un respeto antiguo, de esos que no se enseñan, sino que se sienten en la piel cuando uno crece entre la tierra seca y el mar cambiante.
Este inicio de temporada nos recuerda, otra vez, que vivimos en una península frágil.
Aquí todo está conectado por el viento: los manglares con los techos de lámina, los cerros con las calles mal pavimentadas, las decisiones políticas con los refugios improvisados.
Basta una tormenta mal medida, una construcción indebida o una negligencia burocrática para que todo se desborde, literal y emocionalmente.
¿Estamos listos?Las autoridades dicen que sí. Que se revisan refugios, que se activa Protección Civil, que hay coordinación. Ojalá. Pero yo sigo viendo cuarterías en zonas inundables, casas con techos de cartón y un Atlas de Riesgos que nadie parece revisar salvo en conferencias de prensa.
Y sin embargo, no todo es fatalismo. He visto también a vecinos que ya preparan mochilas de emergencia. A pescadores que saben leer el cielo mejor que cualquier aplicación. A jóvenes que organizan brigadas informativas por WhatsApp y radio comunitaria. A mujeres que lideran refugios sin más presupuesto que su convicción de cuidar a otros.
Hay huracanes que llegan del mar y hay otros que llegan desde la indiferencia. Los primeros los podemos prever. Los segundos, solo los vencemos con comunidad.
Ojalá este año el viento no se lleve más de lo necesario.
Ojalá este año escuchemos antes de que truene.
Ojalá seamos menos espectadores y más cuidadores de esta tierra que, aunque árida, sigue floreciendo cuando la tratamos con respeto.
Desde este rincón del sur,donde el viento no miente,les escribe como cada viernes,
Sebastián del Mar.
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